Plataformas y el espacio de los flujos en las periferias nacionales de la sociedad red: el caso peruano

par Eduardo Villanueva-Mansilla, Universidad Católica del Perú

 

Resumen

El caso de las protestas políticas de noviembre de 2020 en el Perú es usado para proponer una ampliación del concepto de espacio de los flujos considerando el peso de los medios algorítmicos, entendidos como plataformas multiparte, creadoras de externalidades de red. Estas externalidades permiten tanto la configuración y ejecución de acciones basadas en las perspectivas individuales de los participantes, como crean condiciones de fragilidad que hace difícil sostener la acción política; el resultado es que la participación en el espacio de los flujos alimenta la diversidad cultural pero no la cohesión política, y crea desafíos significativos para países de por sí precarios políticamente.

Palabras claves: Externalidades de red; acción conectiva; movilizaciones políticas en el Perú, 2020; espacio de los flujos.

Abstact

Drawing on the case of the November 2020 political protests in Peru, we propose an expansion of the concept of “the space of flows”, understood as multi-party platforms that create network externalities. These externalities allow for both the configuration and execution of actions based on the individual perspectives of participants, as well as create fragile conditions that make it difficult to sustain political action; as a result, participation in the space of flows promotes cultural diversity but not political cohesion, and creates significant challenges for already politically precarious countries.

Keywords: network externalities; connective action; political mobilizations in Peru, 2020; space of flows. 

Résumé

En s’inspirant du cas des manifestations politiques de novembre 2020 au Pérou, nous allons proposer un élargissement du concept d’espace de flux, compris comme des plateformes multipartites, créatrices d’externalités de réseau. Ces externalités permettent à la fois la configuration et l’exécution d’actions basées sur les perspectives individuelles des participants, ainsi que créent des conditions fragiles qui rendent difficile le maintien de l’action politique ; Il en résulte que la participation à l’espace des flux favorise la diversité culturelle mais pas la cohésion politique, et crée des défis importants pour des pays déjà politiquement précaires.

Mots-clés : Externalités de réseau ; action connective ; mobilisations politiques au Pérou, 2020 ; espace de flux.

 

La profunda transformación de la sociedad que Manuel Castells postuló en La era de la información ha ocurrido, inevitablemente, en escalas y maneras distintas y dispersas, dependiendo de cada estado nación, comunidad nacional y clase social en donde fue tomando lugar. A pesar de la enorme penetración que la Internet ha alcanzado, la idea de una sociedad red demanda considerar una plétora de factores, dentro de los que destaca la existencia de un ecosistema mediático de alcance global, aunque de alta concentración de propiedad y gestión.
En primer lugar, este ecosistema, resultado de transformaciones comerciales y tecnológicas precisas, es reflejo precisamente de la idea conocida como el espacio de los flujos, cuya definición más directa fue provista por Castells (1999b: 295), “the material arrangements [that] allow for simultaneity of social practices without territorial contiguity”; además, se trata de espacios, que funcionan cada uno bajo la misma lógica pero que no necesariamente coinciden o se superponen.
Semejante ecosistema mediático existe gracias a la expansión de redes de telecomunicaciones, la propiedad personal de dispositivos digitales conectados a la Internet, y en particular, a los medios y servicios algorítmicos que utilizan la Internet para alcanzar buena parte del mundo. Al mismo tiempo, este reciente ecosistema mediático convive con sistemas tradicionales o legacy, basados en los medios masivos, los cuales son de alcance nacional o regional —controlados por empresas que ejercen control editorial directo, a través de programadores o editores.
Estas dos lógicas, la tradicional y la digital, se alimentan entre sí permanentemente: el espacio de lugares corresponde a la experiencia primordial de la comunicación de masas, la de los medios lineales, donde predomina el tiempo pautado de la emisión bajo la administración de un operador (Abreu et al. 2017); el espacio de los flujos depende no solo de los arreglos tecnológicos digitales personales, sino de la capacidad de distribución de todo tipo de contenido bajo las mismas reglas generales, que son sin embargo adecuadas a las necesidades e intereses —personalizada— de cada usuario; dichas reglas son descritas por Bucher (2020:1703) como “a sense of time that is not about liveness but timing, not freshness but relevance, not real-time but right-time”.
Si bien a lo largo de su expansión global el consumo mediático digital ha pasado por etapas, como el intercambio de archivos predominante hacia mediados de los años 2000; lo que predomina en la actualidad es múltiples formas de streaming y de acceso por medios sociales, las cuales son respuesta a la presión significativa que las posibilidades materiales y culturales de acceso y diseminación de contenidos culturales ejercieron sobre las industrias culturales que existían a finales del siglo XX. Dichas industrias culturales fueron creadas y consolidadas bajo una forma distinta de globalización, donde el estado nación tenía un peso mucho mayor sobre el mercado de bienes simbólicos.
La combinación de una globalización mucho más orientada a la apertura de mercados nacionales a la inversión transnacional, con la transformación tecnológica que significó la Internet, creó condiciones en las que la lógica del espacio de los flujos se expanda en competencia con las formas lineales de consumo y consiguientemente, en conflicto con las empresas y normas que dominaban los mercados nacionales. Este conflicto se refleja en la predominancia de una lógica de flujos en actividades económicas y de consumo muy diversas, como la industria pornográfica (Zook, 2003) o la producción de camarones para exportación (Oosterveer, 2006); pero todas terminan planteando las mismas preguntas: ¿como la configuración de nodos altamente conectados altera las condiciones de acción de la economía y sociedad locales y debilita la capacidad de acción y regulatoria del Estado?
Si bien la música fue la primera industria transformada radicalmente por esta expansión combinada de la lógica de flujos, para el año 2022 —tras la parte más dura de la pandemia de la COVID19, que trajo consigo una enorme expansión del acceso a la Internet— las industrias culturales son claramente productoras de contenido que resulta de una significativa concentración de poder en manos de unos cuantos operadores globales en la esfera global capitalista – liberal; otros, en la esfera autoritaria capitalista de China o Rusia; y finalmente, de un conjunto grande en número pero pequeño en importancia económica, que genéricamente podemos llamar como alternativos o independientes; todos sin embargo depende de la “rocola celestial” (Burkart y McCourt, 2004), el sistema en la nube que las distintas empresas han desarrollado para facilitar el tráfico transfronterizo, ilimitado y sin roce, de los productos de la industria (Morris, 2011).
Por otro lado, los medios sociales son también manifestaciones concretas de un espacio de flujos orientado al consumo y la gratificación, que ha producido enormes efectos en la vida cotidiana, la política y la cultura de muchos países, pero que a su vez, y como las industrias culturales, expande el consumo descansando en modelos fragmentados y des nacionalizados de producción. Considerando a Van Der Graaf (2015), entre otros, podemos definir a los medios sociales como aquellos que son reflejo de las interacciones de cada usuario y que por lo tanto presenta atributos mediáticos similares pero contenido altamente diversificado, sea por las interacciones con los miembros de la red, sea por la oferta que los algoritmos del proveedor del medio deciden ofrecer, los medios sociales son los mecanismos preferidos de interacción social para muchas personas usuarias cotidianas de tecnologías digitales.
En muchos casos, la combinación de medios sociales e industrias culturales es directa, en la forma de conglomerados capaces de controlar tanto la producción como la distribución y el acceso a contenidos; en otros, se trata de sinergias en buena medida creadas por los mismos consumidores; en medio, existe una amplia variedad de adaptaciones pero que a la larga reflejan fundamentalmente la lógica de transnacionalización basada en la globalización montada sobre el espacio de los flujos. En este contexto, la noción de plataforma, como combinación de condiciones técnicas, comerciales y mediáticas, ha logrado popularidad en la discusión implícita del espacio de los flujos (van der Vlist FN, Helmond A., 2021).
Centrar la atención sobre la manera como el ecosistema de medios algorítmicos afecta a un país en la periferia de la globalización permite entender como afinar el concepto de espacio de los flujos en la realidad contemporánea, tras veinte años de desarrollo de plataformas mediáticas globales. Para ello, se revisará la teoría de efectos de red y plataformas, y luego se conectará estos conceptos con la realidad peruana, usando un caso particular de movilización política como punto de partida.

Efectos de red y plataformas

La literatura sobre los efectos de red y las externalidades que producen es abundante en los estudios económicos. (Farrell & Klemperer, 2006; Farrell & Saloner, 1985; Katz & Shapiro, 1985; Rohlfs, 1974). Un efecto de red sería el incremento o decremento de beneficios (un efecto positivo o negativo) para un usuario dado, a partir del uso de productos o servicios por un grupo cada vez mayor de usuarios. (Nuechterlien & Weiser, 2005: 333-334). Una externalidad de red es lo que ocurre cuando el agente económico no internaliza los efectos, es decir, no los incorpora en sus procesos de decisión y gestión del uso de dicho servicio o producto.
Los efectos de red directos ocurren cuando los incrementos del uso resultan en incrementos directos de valor: por ejemplo, la red telefónica tradicional, donde el aumento de número de conexiones produce aumento del valor social y económico de contar con un teléfono en casa. Puesto que la tendencia actual se orienta al uso exclusivo de teléfonos móviles, la red telefónica fija sigue cubriendo las mismas áreas, pero ha perdido usuarios, lo que trae consigo una disminución en los efectos directos de red; esto crea un rizo de refuerzo que lleva a más usuarios a dejar de usar el teléfono fijo hasta que se llega a un punto en que el servicio pierde valor, y en un futuro mediato, desaparezca.
Los efectos de red pueden también ser indirectos, cuando los incrementos en el uso producen nuevos servicios o productos que dependen o se benefician del producto o servicio original. (Church, Gandal & Krause, 2002; Economides & Salop, 1992). La entrega a domicilio de comidas preparadas, por ejemplo, crece cuando el número de personas interesadas en el servicio tiene acceso a servicios de telefonía. En ciertos casos, los cambios de condiciones crean demanda por aumentar o mejorar las conexiones a una red, como el caso de la educación durante la pandemia que demandó a estudiantes y sus familias a suscribirse a más servicios de conectividad; a su vez, esto facilitó mayor demanda de otros servicios que también se plantearon como digitales gracias a las condiciones específicas de las cuarentenas producidas en 2020 y 2021. En este caso, la necesidad de mantener servicios educativos creó demanda de más conectividad, con efectos indirectos cuando se contó con las condiciones de conectividad.
Con la expansión de la presencia global de firmas basadas en intermediación digital, la discusión que se plantea requiere entender los efectos de red en plataformas multiparte: actores económicos que permiten a distintos actores a realizar intercambios entre ellos a través de la plataforma, evitando así tener que establecer sus propios mecanismos de intercambio, material o simbólico (Jullien, 2012). Un punto de particular importancia es que las plataformas digitales multiparte, en especial las emergentes, no necesitan contar con balances financieros positivos, pues su modelo de negocios se basa en expansión constante financiada por capitales de riesgo. La viabilidad de su modelo de negocios está en debate, aunque los efectos de las plataformas en las prácticas laborales son ya claramente visibles (Rogers, 2015).
Lo anterior remite a las plataformas que ofrecen servicios o productos al consumidor final, lo que no parece ser el caso con los medios sociales. La función principal de los medios sociales es conectar gente con gente, lo que se complementa con la conexión con grupos u organizaciones que proveen información de todo tipo. Expuesto a anuncios publicitarios y a contenido promocional (una forma disimulada de publicidad), el consumidor de un medio social se conecta fundamentalmente para mantenerse al tanto de sus contactos, compartiendo contenido de origen vario. Por ello, los medios sociales pueden ser entendidos como plataformas con un sesgo distinto, centradas en la provisión de externalidades positivas basadas en la explotación de las redes sociales de los usuarios de una plataforma dada.
En efecto, los medios sociales bajan los costos de transacción dentro de redes sociales, hasta el punto que permiten su expansión al ámbito virtual con una facilidad mucho mayor que en el ámbito presencial. En un mundo en donde intercambiar conversaciones presenciales o remotas tiene los mismos costos de transacción, la idea de esfuerzo asociada a las viejas relaciones a distancia —pensemos en intercambios epistolares tradicionales— es simplemente desconocida. Más aún, los intercambios pueden basarse en intereses muy diversos, más fáciles de convertirse en realidad mediante el uso de estas tecnologías. Esto hace que los efectos de red sean positivos, pues la plataforma provee un servicio que permite no solo mejores interacciones, sino también alternativas que amplían el consumo y la conexión interpersonal. Solo en caso que una caída significativa de uso de un medio social dado, como el desaparecido Orkut o el fantasmal MySpace, resultan en la aceleración de efectos negativos.
Estos efectos de red no se limitan a la comunicación de consumo, sino a la comunicación política, sea partidaria o de activismos varios. Los efectos de red positivos son evidentes: es mucho más fácil llegar más rápido a más personas, y darle saliencia a los temas y los encuadres que cada actor político busca promover. En momentos de alta intensidad, de protestas o movilizaciones, las plataformas optimizan la circulación de contenido atractivo para los movilizados, tanto si el interés es tangencial (como observador) como si se trata de un actor comprometido con la acción. Como externalidad positiva, la participación en discusiones o intercambios sobre lo que ocurre puede servir simplemente para reforzar puntos de vista, como para convencer a una persona que hay suficiente cantidad de gente movilizada como para movilizarse ella misma. Los flujos personalizados de los medios sociales sirven además como contrapeso a la pasividad o directa hostilidad que los medios lineales pueden tener frente a posiciones políticas específicas.
Pero es necesario considerar que los medios sociales, junto con las demás plataformas multiparte orientadas al usuario final, han desarrollado un modelo basado en la explotación de sus usuarios a través del aprovechamiento de sus datos, creados en las transacciones realizadas a cada momento, como mercancía para publicidad diversa; lo que Sadowski (2019) llama una nueva fuente de valor tanto como nuevos lugares donde descargar bienes para el capitalismo.
Por ello, los efectos de red directos aparecen como positivos, mientras que los indirectos pueden juzgarse como negativos, aunque ambos parezcan centrarse en lo mismo: la posibilidad de incluir a más personas de todo el planeta en una economía de baja fricción y alta circulación de información, orientada a la gratificación de necesidades personales a nivel económico y cultural. En otras palabras, se trata de una formación económica orientada a explotar el espacio de los flujos más allá de la creación directa de riqueza por innovación o explotación de grandes recursos, sino de llegar a los consumidores de manera inmediata, ofreciéndoles servicios y experiencias atractivas que pueden ser monetizadas directa o indirectamente por las plataformas que facilitan el flujo de contenido mediático.

Entendiendo el espacio de los flujos desde un país periférico: las movilizaciones de noviembre de 2020 en el Perú

El Perú es un país de ingresos medios, con severas deficiencias en el funcionamiento estatal, y con más del 65% de la población económicamente activa realizando actividades informales. Un país además sin participación significativa en la economía global salvo como productor de materias primas y, como es imaginable, consumidor de servicios digitales. Al mismo tiempo, las industrias extractivas, base de las exportaciones nacionales, operan en zonas rurales en las que se producen constantes conflictos que involucran múltiples dimensiones políticas y culturales: para el último año previo a la pandemia, se identificó 184 conflictos sociales, de los cuales 127 fueron calificados como socioambientales, es decir protestas comunitarias sobre la actividad de empresas extractivas, en la mayoría sobre actividad de empresas mineras transaccionales en zonas rurales (Defensoría del Pueblo, 2019). Estos conflictos tienen relación directa con la actividad minera, el sector más productivo y moderno de la economía peruana, aportando más de la mitad del valor de las exportaciones del país, y produciendo inversiones de más de cuatro mil trescientos millones de dólares USA el 2019 (INEI, 2022a). El PBI per capita del país alcanzó su punto más alto en 2019, cuando llegó a 7027,60 USD (World Bank, 2022).
La conectividad es significativa, aunque no es claro, a partir de las cifras disponibles, cómo se usa. Si bien 71,5% de la población urbana reporta acceso regular a la Internet en 2022 (INEI, 2022b), esto combina el acceso móvil con el domiciliario; como contraste, el uso de telefonía móvil con fines diversos está generalizado en el país, y existe la percepción que “todos tienen celular” (Aronés, Barrantes y León, 2011) desde hace mucho, y que el uso cubre tanto las necesidades asociadas a la actividad económica como el entretenimiento y la comunicación.
Con la concentración significativa de riqueza en Lima, la capital —principal puerto y aeropuerto, que la convierte en un hub o centro de concentración— la que es una ciudad beta, es decir una ciudad importante instrumental para el enlace de su region o país a la economía mundial (GaWC 2020). Resulta claro que Lima presenta desequilibrios estructurales que no son nuevos pero que se agudizan con el desarrollo informacional: la conurbación de Lima Metropolitana y El Callao cuenta con un estimado de 11.014.456 habitantes, cerca de un tercio de los habitantes del país; a pesar de la concentración de actividad económica y de riqueza, es una ciudad con severos problemas de infraestructura y calidad de servicios públicos, además de índices relativamente altos de criminalidad.
El Perú es, además, una sociedad con poco apego manifiesto a la democracia. El más reciente trabajo sobre cultura política peruana (Carrión, Zárate y Rodríguez, 2022) apunta que el Perú es el país con más alta percepción de corrupción de la clase política en la región latinoamericana, así como la mayor tolerancia a los golpes militares. El apoyo a la democracia como forma de gobierno está en el antepenúltimo lugar y la satisfacción con la manera como la democracia está funcionando es la penúltima de la región.
Al mismo tiempo, y como testimonio de la centralidad de Lima en la sociedad peruana, los muchos conflictos sociales que tienen lugar en el país suelen tener poco impacto efectivo en la economía nacional, salvo cuando se trasladan a la capital. Más aún, esos conflictos sociales tienen impacto político debido a la concentración mediática y política: no hay un solo medio de alcance nacional que no esté basado en Lima, y sus programaciones suelen tener apenas momentos dedicados a los asuntos locales en ediciones periodísticas o emisiones noticiosas nacionales. El centralismo limeño, una constante fuente de quejas en la política peruana, implica que cuando se produce una movilización en la capital el conflicto toma un peso mucho mayor que la cantidad de personas que participan en él.
En particular, un caso merece atención: las movilizaciones de noviembre de 2020, que se produjeron en respuesta a la vacancia del entonces presidente de la república, Martín Vizcarra, por el congreso peruano[1]. Esto produjo que la función ejecutiva fuera asumida por el presidente del poder legislativo. La vacancia, un mecanismo constitucional relativamente flexible, fue un proceso predecible y que tomó algunos días para llevarse a cabo; pero en la noche en que fue votada, produjo una movilización continua que terminó con la renuncia el domingo 15 a mediodía de Manuel Merino, que había asumido el lunes 9 por la noche.
Más allá del contexto político, lo relevante aquí fue el rol de las plataformas en la facilitación de movilización política. A diferencia de otras situaciones, fue un proceso sin lideres claros, sin objetivos definidos y sin actores predominantes. Las protestas comenzaron en pequeña escala el mismo lunes 9, solo en Lima; crecieron y ocurrieron en buena parte de los centros urbanos del país, convocadas por grupos pequeños de activistas que difundieron tanto la invitación como los actos mismos a través de medios sociales; recibieron cobertura periodística menor en la prensa, mientras seguían circulando aceleradamente en medios sociales.
Es importante tener presente que los manifestantes no pidieron en ningún momento que haya sido registrado el retorno del presidente vacado; la protesta fue contra el acto de vacancia y contra los políticos que lo realizaron, no a favor de nadie. Tampoco había una reivindicación clara de soluciones específicas. Se interpretó lo ocurrido como un golpe de estado hecho por políticos ambiciosos, carentes de interés por la gente, lo que fue agudizado por la composición del gabinete ministerial, que debería haber ayudado a calmar los ánimos pero que fue una combinación de políticos desgastados y tecnócratas sin representatividad alguna.
A partir del miércoles 11 se sucedieron acciones comunes del repertorio activista latinoamericano, como cacerolazos (golpear ollas a una hora determinada), así como otras acciones menos comunes, como intervenciones lumínicas; de nuevo la difusión ocurrió en medios sociales. La respuesta desde el nuevo gobierno fue dispersa y dedicada a descalificar las protestas con un argumento común en el Peru: que se trataba de partidarios de terroristas, sobre todo de Sendero Luminoso, la organización política que condujo una violenta campaña contra el estado peruano entre 1980 y 1992, pero que esta fundamentalmente desactivada desde ese entonces. Parte del problema fue pensar que la protesta era solo lo que ocurría en la calle, cuando era evidente, revisando medios sociales o escuchando acciones como los citados cacerolazos, que la protesta que llegaba a la calle era tan solo una parte de la protesta masiva que tomaba el país. La convocatoria no formal pero personalizada, a través de medios sociales, recibió los beneficios algorítmicos: cada vez más personas se enteraban de lo que estaba pasando por los mensajes que los miembros de sus redes difundían intensa y constantemente.
Las acciones continuaron con manifestaciones más grandes, nuevamente auto convocadas ya no solo por grupos activistas sino a nivel personal, con participación de grupos diversos como barras de equipos de fútbol, otakus y k-popers, en medios sociales y en la calle; en particular la marcha del. Jueves 12 fue reprimida con mucha agresividad por la policía. La prensa seguía buscando a quien preguntarle cual era la intención de la protesta, los políticos de todo cuño no parecían tener importancia alguna, y organizaciones como los sindicatos planificaban reuniones para analizar la situación para mediados de la siguiente semana.
El sábado 14 las manifestaciones alcanzaron su cota más alta, así como la máxima represión; dos jóvenes muertos por la noche, cerca del Congreso de la República, llevaron a cacerolazos convocados por Facebook con quince minutos de antelación, mientras el gobierno no respondía. Luego de intentar conseguir apoyo militar sin éxito, se produjo la renuncia y el acuerdo político para un nuevo encargado de la presidencia. Francisco Sagasti asumió el cargo el lunes 17. La velocidad de los acontecimientos dejó pendiente tratar de entender qué había sucedido. ¿Qué fuerzas habían producido una conmoción de la escala que se vivió en esa semana? ¿Se trataba del surgimiento de un nuevo actor político, o simplemente de la versión moderna de una asonada, de una insurgencia incontenible frente a la cual el estado no tuvo respuesta? Aun cuando se propuso que este proceso fue el resultado de la acción de una nueva generación de jóvenes —que recibieron el algo ostentoso nombre de Generación del Bicentenario al haber ocurrido todo esto a vísperas de los 200 años de la declaración de independencia del Perú, en 1821—lo cierto es que la velocidad con que ocurrió fue menor que la velocidad con la que se volvió a la normalidad. Fue una tormenta invocada por fuerzas que producían rechazo en la sociedad peruana pero que no resulto en algo distinto a eso, a una tormenta. Esta tormenta tuvo como componente el uso y aprovechamiento de los medios sociales, cuyas características aceleraron un proceso completamente espontáneo y sin norte definido. Explicar esta situación requiere analizar el rol de la comunicación algorítmica y de las plataformas, en particular de sus externalidades de red producto de la datificación, con las características de la sociedad y política peruanas.

La plataformización de la comunicación y la influencia política performativa

Como se ha mencionado, un componente llamativo de las protestas en el Perú de noviembre de 2020 fue la actividad en redes de grupos, en distintos grados de organización, que usaban como referencia a la cultura pop global. No es el único caso en la región, con la aparición de múltiples referencias a grupos como Anonymous o personajes como Joker en protestas muy diversas. En una sociedad donde la política organizada tiene tan poca importancia y los referentes políticos son casi inexistentes (Chaparro, 2018), lo que marcó significativamente el activismo de esas fechas fue el recurso a prácticas e imaginería común en protestas, que servían como referentes de grupos pequeños para proponer su respuesta a la situación que se vivía.
Los testimonios sobre las motivaciones para actuar en esas protestas muestran mucha diversidad: en algunos casos se trató de grupos orientados a causas específicas, en otros simplemente de personas que espontáneamente acudieron a las movilizaciones, y en medio una significativa variedad de referencias y acciones que no negaba el potencial para la auto-organización, recogiendo prácticas y estilos de protesta globales: el uso de referencias de k-pop junto con técnicas para defenderse de la represión aprendidas por YouTube, el rechazo a un liderazgo definido pero la identificación colectiva como actores de un proceso importante (Gutiérrez, 2021).
Esto apunta al concepto de marcos de acción personal, planteado por Bennett y Segerberg (2011: 753), donde “[connective] action networks characterized by this logic may scale up rapidly through the combination of easily spreadable personal action frames and digital technology enabling such communication”. Dicho de otra forma, la apelación a un activismo que se construye desde lo que resulta relevante a nivel individual crea movimientos donde los participantes se conectan desde sus propias expectativas e intereses, sin intención de producir una narrativa colectiva sino alcanzar un logro determinado que permita satisfacer cada caso específico de intención política. Es lo que Tufekci (2017) llama “adhocracias”: coaliciones configuradas en función de la acción, convocadas con velocidad y de vida corta pues la protesta en red resulta frágil por su propia condición de convocatoria dispersa, no declarada, y logro inmediato, aunque no hubiera claridad sobre lo que inicialmente se buscaba. El caso peruano fue extremo: el logro se alcanzó rápidamente, sin un costo humano comparable al de otras protestas convencionalmente colectivas, pero sobre todo se organizó alrededor de la indignación pura y se aprovechó repertorios globales tanto de acción como de expresión.
La posibilidad de una protesta de estas características, donde un grupo pequeño inicia acciones que son básicamente ignoradas por la prensa convencional pero que rápidamente se expanden en la sociedad gracias a los medios sociales, son el efecto de la concentración de la circulación de mensajes en pocos medios, que aparentan ser diversos en contenido pero que tienen formas de funcionamiento muy similares. Una externalidad de red, en otras palabras, creada por la optimización de búsqueda de atención de los medios algorítmicos, las cuales resultaron de la función multiparte propia de estas redes: conectar a los usuarios entre sí para aumentar la atención y el tiempo en cada medio.
Los medios algorítmicos, producto de la economía digital, crearon condiciones para una experiencia de diseminación de información que fue tan potente como efímera. No se trató de una experiencia nueva, ni mucho menos original: muchas protestas fueron similarmente alimentadas por las externalidades positivas que las plataformas crearon, sin buscarlo; y fueron aprovechadas por millones de personas desde sus propios marcos de acción personal, para efectuar su indignación en el espacio virtual o público.

Los efectos de red de las plataformas como mecanismos de reconfiguración del espacio de los flujos.

Castells (1999a: 390) afirmaba que “… las redes de comunicación a través del ordenador, dentro y fuera de Internet, se caracterizan por su penetración, su descentralización multilateral y su flexibilidad. Se desparraman como colonias de microorganismos […] Sin embargo, ¿estas potencialidades se traducen en nuevos modelos de comunicación?”.
Una respuesta posible es que dichas redes han creado nuevos modelos de comunicación, complejos y globales, que más bien han negado el aspecto de descentralización multilateral que se postulaba como un atributo antes de la masificación de acceso a las plataformas. Los modelos de comunicación algorítmica han sido significativos tanto para crear ilusiones liberadoras como para plantear escenarios represivos, con autores como el mismo Castells (2012) rescatando el potencial esperanzador, al frente de otros como Morozov (2011) que siempre han notado la realidad manipuladora y autoritaria que se puede alimentar a través de ellas; de la misma manera es aparente que la organización de movimientos sociales o al menos movilizaciones sociales es potencialmente más fácil, y con mayor alcance, gracias a las plataformas; pero que en muchos casos estas adhocracias resultan siendo poco duraderas, cuando no una suma de slacktivists sin mayor interés en el esfuerzo real de crear acción colectiva en “el mundo real”.
Así visto, es posible plantear que las plataformas multiparte, orientadas al consumo final de contenidos culturales, son expansiones del espacio de los flujos que recogen y potencian tendencias ya existentes en la sociedad, pero que cuando son únicamente artefactos para el consumo, no resultan en transformaciones económicas significativas ni afectan realmente las condiciones sociales que hacen disfuncional a la política. Son instrumentos capitalistas que pueden, en las circunstancias correctas, facilitar la actividad política pero difícilmente amplían la vida política: ni facilitan el dialogo ni mucho menos aceleran la formación de activismos en movimientos, o de movimientos en estructuras políticas articuladas con los sistemas políticos.
Los efectos de red que permiten acelerar y potenciar movilizaciones sociales no logran compensar las externalidades negativas que producen a la hora de constituir estas movilizaciones: se tratan de espacios de convocatoria diversa, fragmentada, rápida, que acelera la acción pero desde los marcos de acción personal, y a la larga hace frágiles a los movimientos que aparentemente crea. Sorj (2015:52) afirma que las movilizaciones digitales son más un espacio de catarsis colectiva, de contra-democracia; esto podría atribuirse directamente a la naturaleza algorítmica de los medios sociales, a su intensidad y su orientación a la acción.
¿Es esto una descalificación del concepto mismo de espacio de los flujos? Ciertamente no. Pero si pone entre paréntesis el optimismo sobre la posibilidad de eso que Castells llama “grassrooting”: que las bases tomen control de los intercambios simbólicos que permiten crear acción colectiva. Por el contrario, el predominio de marcos personales de acción, como hemos visto en el caso peruano, termina reforzando el poder de recojo y aprovechamiento de datos por parte de las plataformas, pero debilita las posibilidades de construir plataformas políticas de larga duración.
El espacio de los flujos es una creación del capitalismo, y no resulta raro que haya sido apropiado por el capitalismo incluso a nivel de las interacciones más personales y el activismo opuesto a él. Esta capacidad de apropiación podría ser entendida como una manifestación indirecta de la destrucción creativa como fundamento mismo del capitalismo. Hacer suyo el potencial liberador del espacio de los flujos como fuente de datos y ganancias es, para usar el viejo aforismo informático, not a bug, but a feature.

 

Eduardo Villanueva-Mansilla, Departamento de Comunicaciones, Pontificia Universidad Católica del Perú (evillan@pucp.pe)

 

Referencias

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